jueves, 20 de marzo de 2014

El Hospital del Placer que da esperanza a millones de mujeres

Cerca de 125 millones de mujeres y niñas en el mundo sufren por la mutilación genital femenina.

Víctimas de la mutilación genital femenina en Burkina Faso luchan por someterse a una cirugía para dejar de sentir dolor al mantener relaciones sexuales y experimentar placer.
Fondos aportados por el movimiento raeliano en Estados Unidos permitieron la construcción de un hospital con este único objetivo.
Sin embargo, éste nunca llegó a abrirse, y aquí le narramos el porqué.
Ser como las demás
Una esbelta mujer se dirige a un grupo de mujeres sentadas bajo un árbol de mango en un pueblo en el oeste de Burkina Faso. La temperatura es de 35ºC a la sombra, el aire es polvoriento y sofocante.
La mujer escucha atentamente a Adjara, de 38 años, que acaba de regresar de la ciudad. "Te digo la verdad", dice, "¡Lo he visto con mis propios ojos!".
Adjara habla del primer hospital en el mundo construido con el único objetivo de restaurar el clítoris y que está a punto de inaugurarse en la ciudad de Bobo, a 50 km de donde están.
"Podemos ser como las demás mujeres", dice.
El hospital del placer
"Yo tenía cinco años cuando me llevaron a que me cortaran. La vieja usaba el mismo cuchillo con todas nosotras. Fue tan doloroso. Lloré y lloré"
Adjara
Se trata de un hospital financiado por el movimiento raeliano de Estados Unidos con el objetivo de atender a víctimas de la mutilación genital femenina e intentar poner fin al sufrimiento que experimentan cada vez que mantienen relaciones sexuales y permitirles recuperar su derecho a sentir placer durante el coito.
El pueblo donde se encuentran las mujeres, Moussodougou, es de lo más pobre que se puede encontrar dentro de uno de los países más pobres de África.
No tiene electricidad, ni agua corriente, y sólo una quinta parte de los niños van a la escuela.
Los hombres dan la impresión de pasarse el día sentado al sol, mientras las mujeres buscan y cargan contenedores de agua y muelen el mijo y el sorgo para preparar la comida del día.
"Puede que seamos pobres", dice Adjara, "pero sexualmente las cosas están cambiando".
Usaba el mismo cuchillo para todas
Mientras me pasea por el pueblo me cuenta que casi todas las mujeres solían ser mutiladas.
"Yo tenía cinco años me llevaron a que me cortaran. La vieja usaba el mismo cuchillo con todas nosotras. Fue tan doloroso. Lloré y lloré".
Adjara me lleva a su casa, una oscura cabaña de unos ocho metros de ancho, con pesados cuencos de barro apilados en estanterías.
"Fueron parte de mi ajuar de boda", explica. "Cuando te casas, tu madre te da cuencos para que te los lleves. Pero si no te cortan, no te dan cuencos y no te puedes casar".
Hace diez años, trabajadores sanitarios llegaron al pueblo y explicaron los problemas que normalmente se asociaban a la brujería: la muerte de niñas tras la mutilación y problemas de parto que resultaban en más muertes. "Eran por los cortes, nos dijeron, así que paramos", apunta Adjara.
Ahora les dicen que sus clítoris pueden ser restaurados y que el dolor que sienten cada vez que mantienen relaciones sexuales parará y podrán incluso experimentar placer.
"Soy feliz", dice el marido de Bebe, de 24 años, quien acudió a despedir a su esposa en su viaje a Bobo para someterse a la operación.
"No me gustaba que llore cada vez que entro en ella", señala.

Expedición al hospital


Adjara y otras 25 mujeres viajaron a Bobo para ser operadas.
Un total de 26 mujeres se agolpan en los 18 asientos del autobús.
Se amontonan una sobre la otra, algunas cargando bebés o niños pequeños. Apenas hay espacio para respirar pero hablan e incluso cantan a lo largo del viaje de cuatro horas a lo largo de caminos de barro rojizo y calles polvorientas de los pueblos, esquivando vacas y cabras que aparecen en el camino.
El sol se está poniendo cuando el autobús se detiene cerca del hospital. La vista del llamado "Hospital del Placer", como a sus promotores les gusta llamarlo, es impresionante: grande, muy nuevo, pero muy cerrado.
Afortunadamente, el marido de Adjara trabaja como guardia de seguridad en el lugar, así que les consigue una habitación en la planta baja y todas ellas se recuestan sobre el suelo y esperan.
A la mañana siguiente, un miembro del comité que organiza el hospital, Banemanie Traore, llega con la devastadora noticia de que, aunque el gobierno permitió que se construyera el hospital, no les dejan abrirlo.
"Soy muy feliz"
Banemanie es una mujer de 59 años, con cabello arreglado en tirabuzones, que me cuenta que su clítoris fue "restaurado hace seis años". "Ahora soy muy feliz", dicde.
Lleva un distintivo símbolo dorado alrededor de su cuello, una esvástica rodeada de una estrella de David. Ella es raeliana y ahí puede que esté el problema.
Los raelianos creen que el planeta Tierra fue creado por extraterrestres que todavía lo gobiernan y que algún día volverán para juzgar a la Humanidad.
Creen en los ovnis y que nuestro objetivo en este planeta es perseguir el placer.

El hospital se construyó con fondos aportados por raelianos de Estados Unidos.
Hace diez años, raelianos pudientes de California y Canadá crearon una ONG llamada Clitoraid. Invitaron a donantes, juntaron US$400.000 e iniciaron hace ocho años la construcción del edificio del Hospital del Placer.
Se supone que tiene que abrirse esta semana y ya hay mujeres de toda África llegando a Bobo para someterse a la operación.
Banemanie Traore está convencida de que el ministerio ha detenido el proyecto por razones religiosas. Dice que católicos poderosos en el país han presionado al gobierno. "No quieren que las mujeres sientan placer", dice.
Pero no tiene sentido, añade. "Hay 130 millones de mujeres en África que han sido mutiladas y a las que se les ha negado el placer. Si alguien tiene la idea de construirles un hospital, tienes que dejarles".
Voluntarios de EE.UU.
"Vine porque creo que la mutilación genital femenina es un crimen contra la Humanidad "
Marci Bower, cirujana
Mientras tanto, ya llegó un equipo médico de Estados Unidos, liderado por Marci Bowers, quien nació con el nombre de Mark, y es un reconocido experto en cirugía de trasgénero.
La conocí en su primer día en África, mirando divertida los polvorientos edificios y a los vendedores callejeros que la perseguían por todas partes.
"Te hace apreciar tu hogar en Chicago", dice mientras compra un brazalete plateado de uno de los vendedores y un trozo de tela de otro.
"Vine porque creo que la mutilación genital femenina es un crimen contra la humanidad y estoy en una misión humanitaria. No soy raeliana, pero pienso que es una gran cosa lo que están haciendo".
Los cinco médicos estadounidenses están aportando su tiempo voluntariamente y ahora no tienen dónde operar.
Pero un médico local trata de ayudar. El doctor Da ofrece su clínica en Bobo, la Clinica Lorentia, para llevar a cabo las operaciones.
Las mujeres del pueblo que hacen cola en el hospital son llevadas a la clínica.

"No tengo miedo"


El gobierno retiró las licencias de los médicos estadounidenses.
Bebe es una de las primeras en entrar a la sala de operaciones. "No estoy asustada", dice. "Sólo estoy enfadada de que se me haya hecho esto y enfadada por el dolor y que, por culpa de ello, no disfrute del sexo".
Bowers me invita a mirar la cirugía que, explica, es sorprendentemente simple, lleva sólo 45 minutos y puede hacerse con anestesia local.
El clítoris es una glándula y, aunque la parte visible se corta durante la mutilación, la mayoría permanece por debajo de la superficie y puede ser extraída y restaurada.
Mientras tanto, se ha extendido la noticia de que se están llevando a cabo las operaciones. En la recepción, llegan mujeres de la capital, Ouagadougou, y de Mali, Senegal e incluso de Kenia.
Bowers y su colega cirujano, el doctor Harold Henning, trabajan en turnos para realizar ocho operaciones diarias. Los doctores locales observan. La idea es que cuando los estadounidenses se vayan dentro de dos semanas, los médicos locales sean capaces de seguir el trabajo.
Retirada de licencias
Bowers opera a su paciente número 29 cuando se sabe la noticia: el gobierno ha retirado la licencia de los cirujanos estadounidenses para trabajar en Burkina Faso y tienen que marcharse.
"Me imagino que pensaron que cerrando el hospital nos detendrían"
Marci Bower, cirujana
"Me imagino que pensaron que cerrando el hospital nos detendrían", dice Bowers."No pasó y ahora hacen esto". Se les dice a las mujeres que esperan en recepción que las operaciones han sido canceladas.
Voy a la oficina regional del Ministerio de Salud en Bobo y pregunto el porqué de la decisión.
El ministro está fuera del país, pero un funcionario me dice que se hizo por razones burocráticas. Los administradores del hospital no completaron los formularios necesarios para permitir que se realizaran inspecciones antes de la apertura.
Parece una explicación razonable hasta que el ministro de Salud, Lene Sebego, le dice a un periodista de Reuters que las "organizaciones médicas deberían centrarse en salvar vidas no en publicitar su religión y tratar de convertir a gente vulnerable".
Raelianos y católicos
Raelianos prominentes que acudieron para inaugurar el hospital culpan a la Iglesia católica de Burkina Faso y alegan que importantes médicos católicos no soportan que doctores extranjeros estén realizando el procedimiento y presionaron al gobierno para detenerlos.
Dicen que la Iglesia también teme que los raelianos ganen adeptos entre las pacientes agradecidas.
La doctora Brigitte Boisellier, presidenta de Clitoraid dice que "esta maravillosa misión ha sido obstaculizada por la Iglesia católica y sus compinches, que están impulsando una campaña de desprestigio por motivos egoístas".
La Iglesia católica dice que estas alegaciones son "rumores venenosos".
Sea cual sea la verdad, las perdedoras son las mujeres de Burkina Faso y otras partes de África.
El costoso hospital permanece inactivo. De las 26 mujeres que viajaron desde Moussodogou, sólo 15 han sido operadas y pueden ver ahora un futuro sin dolor durante las relaciones sexuales.
Adjara, quien hizo tanto para que otras pudieran ir al hospital, figura entre las que no pudieron entrar a tiempo en la sala de operaciones. Vuelven a su pueblo con poca esperanza de que las operen.