Cerca de 125 millones de mujeres y niñas en el mundo sufren por la mutilación genital femenina.
Víctimas de la mutilación genital femenina en Burkina Faso luchan por
someterse a una cirugía para dejar de sentir dolor al mantener relaciones
sexuales y experimentar placer.
Fondos aportados por el movimiento raeliano en Estados Unidos
permitieron la construcción de un hospital con este único objetivo.
Sin embargo, éste nunca llegó a abrirse, y aquí le narramos el porqué.
Ser como las demás
Una esbelta mujer se dirige a un grupo de mujeres sentadas bajo un árbol
de mango en un pueblo en el oeste de Burkina Faso. La temperatura es de 35ºC a
la sombra, el aire es polvoriento y sofocante.
La mujer escucha atentamente a Adjara, de 38 años, que acaba de regresar
de la ciudad. "Te digo la verdad", dice, "¡Lo he visto con mis
propios ojos!".
Adjara habla del primer hospital en el mundo construido con el único
objetivo de restaurar el clítoris y que está a punto de inaugurarse en la
ciudad de Bobo, a 50 km de donde están.
"Podemos ser como las demás mujeres", dice.
El hospital del placer
"Yo tenía cinco años cuando me llevaron a que me cortaran. La vieja
usaba el mismo cuchillo con todas nosotras. Fue tan doloroso. Lloré y lloré"
Adjara
Se trata de un hospital financiado por el movimiento raeliano de Estados
Unidos con el objetivo de atender a víctimas de la mutilación genital femenina
e intentar poner fin al sufrimiento que experimentan cada vez que mantienen
relaciones sexuales y permitirles recuperar su derecho a sentir placer durante
el coito.
El pueblo donde se encuentran las mujeres, Moussodougou, es de lo más
pobre que se puede encontrar dentro de uno de los países más pobres de África.
No tiene electricidad, ni agua corriente, y sólo una quinta parte de los
niños van a la escuela.
Los hombres dan la impresión de pasarse el día sentado al sol, mientras
las mujeres buscan y cargan contenedores de agua y muelen el mijo y el sorgo
para preparar la comida del día.
"Puede que seamos pobres", dice Adjara, "pero sexualmente
las cosas están cambiando".
Usaba el mismo cuchillo para todas
Mientras me pasea por el pueblo me cuenta que casi todas las mujeres
solían ser mutiladas.
"Yo tenía cinco años me llevaron a que me cortaran. La vieja usaba
el mismo cuchillo con todas nosotras. Fue tan doloroso. Lloré y lloré".
Adjara me lleva a su casa, una oscura cabaña de unos ocho metros de
ancho, con pesados cuencos de barro apilados en estanterías.
"Fueron parte de mi ajuar de boda", explica. "Cuando te
casas, tu madre te da cuencos para que te los lleves. Pero si no te cortan, no
te dan cuencos y no te puedes casar".
Hace diez años, trabajadores sanitarios llegaron al pueblo y explicaron
los problemas que normalmente se asociaban a la brujería: la muerte de niñas
tras la mutilación y problemas de parto que resultaban en más muertes.
"Eran por los cortes, nos dijeron, así que paramos", apunta Adjara.
Ahora les dicen que sus clítoris pueden ser restaurados y que el dolor
que sienten cada vez que mantienen relaciones sexuales parará y podrán incluso
experimentar placer.
"Soy feliz", dice el marido de Bebe, de 24 años, quien acudió
a despedir a su esposa en su viaje a Bobo para someterse a la operación.
"No me gustaba que llore cada vez que entro en ella", señala.
Expedición al hospital
Adjara y otras 25 mujeres viajaron a Bobo para ser operadas.
Un total de 26 mujeres se agolpan en los 18 asientos del autobús.
Se amontonan una sobre la otra, algunas cargando bebés o niños pequeños.
Apenas hay espacio para respirar pero hablan e incluso cantan a lo largo del
viaje de cuatro horas a lo largo de caminos de barro rojizo y calles
polvorientas de los pueblos, esquivando vacas y cabras que aparecen en el
camino.
El sol se está poniendo cuando el autobús se detiene cerca del hospital.
La vista del llamado "Hospital del Placer", como a sus promotores les
gusta llamarlo, es impresionante: grande, muy nuevo, pero muy cerrado.
Afortunadamente, el marido de Adjara trabaja como guardia de seguridad
en el lugar, así que les consigue una habitación en la planta baja y todas
ellas se recuestan sobre el suelo y esperan.
A la mañana siguiente, un miembro del comité que organiza el hospital,
Banemanie Traore, llega con la devastadora noticia de que, aunque el gobierno
permitió que se construyera el hospital, no les dejan abrirlo.
"Soy muy feliz"
Banemanie es una mujer de 59 años, con cabello arreglado en tirabuzones,
que me cuenta que su clítoris fue "restaurado hace seis años".
"Ahora soy muy feliz", dicde.
Lleva un distintivo símbolo dorado alrededor de su cuello, una esvástica
rodeada de una estrella de David. Ella es raeliana y ahí puede que esté el
problema.
Los raelianos creen que el planeta Tierra fue creado por extraterrestres
que todavía lo gobiernan y que algún día volverán para juzgar a la Humanidad.
Creen en los ovnis y que nuestro objetivo en este planeta es perseguir
el placer.
El hospital se construyó con fondos aportados por raelianos de Estados
Unidos.
Hace diez años, raelianos pudientes de California y Canadá crearon una
ONG llamada Clitoraid. Invitaron a donantes, juntaron US$400.000 e iniciaron
hace ocho años la construcción del edificio del Hospital del Placer.
Se supone que tiene que abrirse esta semana y ya hay mujeres de toda África
llegando a Bobo para someterse a la operación.
Banemanie Traore está convencida de que el ministerio ha detenido el
proyecto por razones religiosas. Dice que católicos poderosos en el país han
presionado al gobierno. "No quieren que las mujeres sientan placer",
dice.
Pero no tiene sentido, añade. "Hay 130 millones de mujeres en
África que han sido mutiladas y a las que se les ha negado el placer. Si
alguien tiene la idea de construirles un hospital, tienes que dejarles".
Voluntarios de EE.UU.
"Vine porque creo que la mutilación genital femenina es un crimen
contra la Humanidad "
Marci Bower, cirujana
Mientras tanto, ya llegó un equipo médico de Estados Unidos, liderado
por Marci Bowers, quien nació con el nombre de Mark, y es un reconocido experto
en cirugía de trasgénero.
La conocí en su primer día en África, mirando divertida los polvorientos
edificios y a los vendedores callejeros que la perseguían por todas partes.
"Te hace apreciar tu hogar en Chicago", dice mientras compra
un brazalete plateado de uno de los vendedores y un trozo de tela de otro.
"Vine porque creo que la mutilación genital femenina es un crimen
contra la humanidad y estoy en una misión humanitaria. No soy raeliana, pero
pienso que es una gran cosa lo que están haciendo".
Los cinco médicos estadounidenses están aportando su tiempo
voluntariamente y ahora no tienen dónde operar.
Pero un médico local trata de ayudar. El doctor Da ofrece su clínica en
Bobo, la Clinica Lorentia, para llevar a cabo las operaciones.
Las mujeres del pueblo que hacen cola en el hospital son llevadas a la
clínica.
"No tengo miedo"
El gobierno retiró las licencias de los médicos estadounidenses.
Bebe es una de las primeras en entrar a la sala de operaciones. "No
estoy asustada", dice. "Sólo estoy enfadada de que se me haya hecho
esto y enfadada por el dolor y que, por culpa de ello, no disfrute del
sexo".
Bowers me invita a mirar la cirugía que, explica, es sorprendentemente
simple, lleva sólo 45 minutos y puede hacerse con anestesia local.
El clítoris es una glándula y, aunque la parte visible se corta durante
la mutilación, la mayoría permanece por debajo de la superficie y puede ser
extraída y restaurada.
Mientras tanto, se ha extendido la noticia de que se están llevando a
cabo las operaciones. En la recepción, llegan mujeres de la capital, Ouagadougou,
y de Mali, Senegal e incluso de Kenia.
Bowers y su colega cirujano, el doctor Harold Henning, trabajan en
turnos para realizar ocho operaciones diarias. Los doctores locales observan.
La idea es que cuando los estadounidenses se vayan dentro de dos semanas, los
médicos locales sean capaces de seguir el trabajo.
Retirada de licencias
Bowers opera a su paciente número 29 cuando se sabe la noticia: el
gobierno ha retirado la licencia de los cirujanos estadounidenses para trabajar
en Burkina Faso y tienen que marcharse.
"Me imagino que pensaron que cerrando el hospital nos detendrían"
Marci Bower, cirujana
"Me imagino que pensaron que cerrando el hospital nos
detendrían", dice Bowers."No pasó y ahora hacen esto". Se les
dice a las mujeres que esperan en recepción que las operaciones han sido
canceladas.
Voy a la oficina regional del Ministerio de Salud en Bobo y pregunto el
porqué de la decisión.
El ministro está fuera del país, pero un funcionario me dice que se hizo
por razones burocráticas. Los administradores del hospital no completaron los
formularios necesarios para permitir que se realizaran inspecciones antes de la
apertura.
Parece una explicación razonable hasta que el ministro de Salud, Lene
Sebego, le dice a un periodista de Reuters que las "organizaciones médicas
deberían centrarse en salvar vidas no en publicitar su religión y tratar de
convertir a gente vulnerable".
Raelianos y católicos
Raelianos prominentes que acudieron para inaugurar el hospital culpan a
la Iglesia católica de Burkina Faso y alegan que importantes médicos católicos
no soportan que doctores extranjeros estén realizando el procedimiento y
presionaron al gobierno para detenerlos.
Dicen que la Iglesia también teme que los raelianos ganen adeptos entre
las pacientes agradecidas.
La doctora Brigitte Boisellier, presidenta de Clitoraid dice que
"esta maravillosa misión ha sido obstaculizada por la Iglesia católica y
sus compinches, que están impulsando una campaña de desprestigio por motivos
egoístas".
La Iglesia católica dice que estas alegaciones son "rumores
venenosos".
Sea cual sea la verdad, las perdedoras son las mujeres de Burkina Faso y
otras partes de África.
El costoso hospital permanece inactivo. De las 26 mujeres que viajaron
desde Moussodogou, sólo 15 han sido operadas y pueden ver ahora un futuro sin
dolor durante las relaciones sexuales.
Adjara, quien hizo tanto para que otras pudieran ir al hospital, figura
entre las que no pudieron entrar a tiempo en la sala de operaciones. Vuelven a
su pueblo con poca esperanza de que las operen.