La casa, la calle, el río,
Los árboles con sus hojas ¡
Y las ramas con sus nidos!
Todo está, nada ha cambiado:
El horizonte es el mismo
Lo que dicen esa Brisas ¡
Ya, otras veces me lo han dicho!
Ondas, aves y murmullos
Son mis viejos conocidos,
Confidentes del secreto
De mis primeros suspiros!
Bajo aquel que moja la salsa
Su cabellera en el río,
¡Largas horas he pasado
A solas con mis delirios!
¡Las hojas de esas achiras
Eran el tosco abanico,
Que refrescaba mi frente
Y humedecía mis rizos!
Un viejo tronco de ceibo
Me daba sombra y abrigo,
¡Un ceibo que desgajaron
Los Huracanes de estío!
Piadosa, una enredadera
De perfumados racimos.
Flores Lo adornaba con sus
De pétalos amarillos.
El Ceibo Estaba orgulloso
Con su brillante atavío,
¡Era un collar de topacios
Ceñido al cuello de un indio!
Todos, aquí, me confiaban
Sus penas y sus delirios:
Con sus suspiros de las hojas,
Con sus murmullos el río.
¡Qué triste Estaba la tarde
La última vez que nos vimos!
Tan solo cantaba un ave
En el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba
Sus más dulcísimos himnos,
¡Pobre zorzal que venia
A despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas,
La imagen de mi destino,
¡Viajero de los espacios,
Y Siempre Fugitivo amante!
¡Adiós! parecían decirme
Melancólicos Sus Trinos;
¡Adiós, hermano en los Sueños!
¡Adiós, inocente niño!
¡Estaba yo triste, muy triste!,
El cielo oscuro y sombrío;
Los Juncos y Las Achiras
Se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años
Desde aquel día tristísimo;
¡Salsas Muchos han tronchado
Los Huracanes bravios!
¡Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
No ya contento y tranquilo,
Con arrugas en la frente
Y el cabello emblanquecido!
¡Aquella alma limpia y pura
Como un raudal cristalino
Es una tumba que tiene
La lobreguez del abismo!
Aquel corazón tan noble,
Y tan altivo ardoroso,
Que hallaba el mundo pequeño
A sus gigantes designios;
¡Es hoy un hueco poblado
De sombras que no hacen ruido!
¡Sombras de sueños dispersos,
Como neblina de estío!
¡¡¡Ah! Todo está como entonces,
Los Sauces, El cielo, el río,
Las olas, hojas de plata
Del árbol del infinito;
Sólo el niño se ha vuelto hombre.
¡Y el hombre tanto ha sufrido
Que apenas trae en el alma
La soledad del vacío!
Olegario Víctor Andrade
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