En el 2640 a.C., el faraón de la cuarta dinastía llamado Keops ordenó la erección de una tumba tan alta y majestuosa que ocultara la luz del sol. Cien mil esclavos negros, hebreos y barbariscos fueron utilizados en la obra a lo largo de veinte años. Fue necesario utilizar dos millones trescientos mil bloques calcáreos de dos toneladas y media de peso cada uno, que fueron colocados uno sobre otro hasta alcanzar los 147 metros de altura. Durante los veinte años que duraron las obras, Egipto sufrió privaciones y miserias, se impuso el pago de fuertes impuestos y la reducción de las ceremonias religiosas. Incluso se ordenó a los hombres libres ayudar a los esclavos. Muchos esclavos murieron por las fatigas y el trato de los guardianes, y el resto fue sacrificado una vez terminado el trabajo para evitar que los ladrones de tumbas tuvieran más fácil descubrir la entrada a la pirámide. La erosión del viento a lo largo de estos cuatro mil seiscientos años ha reducido su altura en casi diez metros. Estamos ante la pirámide. Sus dimensiones son impresionantes: 146.59 m de altura, 230 m de ancho. Tras subir un poco por su parte lateral, penetramos en su interior. A la fluctuante luz de las antorchas vamos descubriendo las paredes, perfectamente lisas, como corresponde a la sepultura de una encarnación del dios Ra. Tras depositar el sarcófago en la cámara sepulcral, el corredor será cegado y disimulado, para evitar robos. La pirámide contiene asimismo una falsa cámara sepulcral.
En el año 539 a. de C. los persas conquistan Babilonia, y ello provoca su decadencia. La población va menguando y, para cuando Alejandro Magno visita la ciudad (sobre el 326 a. de C.) parte de ésta se encuentra en ruinas. La destrucción definitiva tiene lugar en el año 126-125 a. de C., fecha en la que el parto Evemero conquista la ciudad y la incendia. Desde entonces no quedan más que las ruinas a orillas del Éufrates.
3º El Templo de Artemisa:
Nuestro viaje nos lleva ahora a tierras helenas, donde buscaremos la mayor parte de las maravillas que nos faltan por ver. La Grecia Clásica es el auténtico faro de la civilización de su tiempo, y no es de extrañar que sea allí donde los artistas florecen y realizan sus más excelsas obras. Nos detenemos en la ciudad de Efeso, a orillas del mar Jónico y junto a la desembocadura del pequeño Meandro. Seguimos a mediados del siglo VI AC. Ésta ciudad ha sido desde siempre un centro de culto a la diosa Artemisa, llamada después Diana por los romanos. Se trata de la soberana de la naturaleza selvática y de los animales salvajes, y suele representársela acompañada por una cierva y armada de arco y flechas. Desde muy antiguo, existe un templo dedicado a la diosa. Pero en el siglo VII a. de C., la ciudad sufrió el ataque de los sumerios y aunque se resistió, no se pudo evitar que el templo se incendiara y fuera destruido. Pero ahora casi toda la Jonia ha pasado a manos del rey de Lidia: Creso. Sí, el mismo que ha inventado esos nuevos y extraños discos de metal llamados "creseidas" que se suponen que van a hacer las veces de moneda. Nadie sabe dónde pararán estos inventos modernos... pero Creso es un protector de sabios y artistas, el mismo Esopo ha pasado por su corte, y se propone levantar un nuevo templo a Artemisa, mejor que el anterior. Para ello se lleva a cabo una suscripción pública; todos los ciudadanos donarán algo de dinero para el templo nuevo. Finalmente el templo se levanta. Cuenta con 127 impresionantes columnas de 20 metros de altura, algo descomunal para su época, y cuenta con esculturas de Escopas. Este templo ilumina la ciudad de Efeso durante dos siglos. Sin embargo, llega la tragedia: en el año 356 a. de C., el pastor Eróstrato destruye el templo incendiándolo, por puro afán de fama. Sin duda consiguió lo que buscaba, como lo prueba el que recordemos su nombre. Pero tal vez consiguió algo más que eso: demostrar a todos los hombres que por cada Escopas hay un Eróstrato, y que las maravillas construidas por el hombre deben ser protegidas del propio hombre. Esta historia tiene un epílogo: cuando alrededor de veinte años después, Alejandro Magno ocupó la ciudad de Efeso y residió en ella por un tiempo, escuchó la historia del templo de Artemisa y descubrió que había sido destruído la misma noche en que había nacido él. Al parecer fué esta coincidencia la que le impulsó a reconstruir el templo, durante el tiempo que permaneció en Efeso instaurando un gobierno democrático. Una vez terminado, el nuevo templo (que hace el número tres en nuestra cuenta) contó con un retrato del propio Alejandro, pintado por Apeles, el más famoso pintor griego. Aunque el templo de Artemisa no recuperó jamás su pasado esplendor, al menos su antigua fama le valió una pronta reconstrucción.
4º La Estatua de Zeus:
Nuestro viaje saltará ahora un siglo adelante en el tiempo, pero en compensación no recorreremos apenas distancia; tan sólo unos pocos kilómetros hasta Olimpia, en la Élida, centro religioso de la antigua Grecia donde se rinde culto al principal de entre todos los dioses: Zeus. Aquí, bajo el monte Olimpo (uno de los muchos que hay en Grecia con ese nombre), se celebra cada cuatro años la más famosa de las festividades en honor de Zeus: la Olimpíada. Estamos en el 450 a. de C., y se está terminado de construir el impresionante templo de Zeus, para el que no se escatiman medios: los mejores escultores de Grecia trabajan en él. Los dos frontones representan los preparativos de la competición atlética de Pelópe y Enomao para obtener la mano de Hipodamia, y la lucha entre lapitas y centauros en la boda de Piritoo. Estos frontones, junto con las metopas, serán considerados no sólo el más importante conjunto escultórico del estilo severo, sino las más notables series escultóricas del arte clásico griego junto con el Partenón. Su autor, de quien no se sabrá el nombre, será conocido como el Maestro de Olimpia. Pero nos queda por ver lo mejor del templo: la estatua de Zeus. Para realizarla se ha llamado nada menos que al más famoso de entre todos los escultores de la antigua Grecia: Fidias. Su estilo, por su plasticismo, por su equilibrio en la elección de temas, en la composición y en la gradación de los efectos del claroscuro, por su representación esencial, sin ser detallada del cuerpo humano, por su majestuosa y noble serenidad, y por su armonía de formas, consigue ser la encarnación de los ideales del arte griego. Olimpia no era exactamente una ciudad, sino un conjunto de templos y monumentos erigidos con motivo de los juegos olímpicos. Estos juegos fueron entre el 668 a.C. y el 393 d.C. la fiesta nacional más importante en Grecia. Y de todos estos templos el más hermoso era el de Zeus, más tarde Júpiter para los romanos. La construcción del templo se estaba terminando el 450 a.C., contando en sus frontones y metopas con grupos escultóricos de tal calidad que se consideraron la mejor representación del arte griego en su época.
Pero es en el interior del templo donde se encuentra la gran estatua de doce metros de altura que durante todo un año Fidias había creado para representar al dios. El cuerpo estaba tallado en marfil y las ropas y joyas eran de oro. A sus pies se coronaba a los vencedores tratándolos como a auténticos héroes. Según la leyenda, cuando Fidias terminó su obra pidió al dios una señal de su conformidad con el trabajo realizado, y entonces del cielo despejado llegó un rayo hasta los pies del escultor. Fanáticos cristianos incendiarán el templo durante el reinado de Teodosio II, y los terremotos del siglo VI d.C. lo abatirán haciendo desaparecer la estatua.
Volvemos a saltar un siglo hacia delante en el tiempo, y llegamos al año 352 a. de C. Las maravillas del mundo, que ya sumaban cuatro, vuelven a ser sólo tres, puesto que Eróstrato acaba de consumar su infame obra destruyendo el templo de Artemisa, hace apenas cuatro años. Pero el relevo va a llegar enseguida: una nueva maravilla será construída, dándose tales coincidencias entre ambas, que parece obra de una magia bienhechora decidida a compensar la pérdida.
Estamos en Halicarnaso, en la Caria, un estado del Asia Menor. Se trata de una ciudad importante; incluso cuenta con una fábrica de esos extraños discos de metal inventados por Creso que hacen las veces de moneda.
La ciudad luce esplendorosa: Mausolo ha conseguido llevarla a su cenit. Pero ahora la ciudad está de luto, pues Mausolo acaba de fallecer. ¿Qué tumba, que sepulcro será suficiente para un rey así? Su viuda Artemisa toma la decisión de no reparar en gastos; y de pronto, es como si toda la ciudad supiera que nunca más volvería a vivir una época tan magnífica como la de Mausolo, disponiéndose a demostrar su reconocimiento haciéndole la sepultura más especial de la historia, tanto, que dará nombre a los "mausoleos" que se construirán en el futuro. Ya están en marcha las obras: los arquitectos Sátiros y Piteos construyen un podio rectangular; sobre él, se levanta una columnata de orden jónico; sobre ésta, una pirámide escalonada. Y en lo más alto, una estatua representando una cuádriga. El conjunto alcanza la vertiginosa altura de 50 metros. Pero eso no es todo; los mejores escultores griegos de la época esculpirán las estatuas y relieves: Briaxis, Timoteo, Leucastes y el famoso Escopas (que nada tiene que ver, salvo el nombre, con el escultor del templo de Artemisa).
Pero esta maravilla, va a ser la menos duradera de todas. Apenas dieciséis años más tarde, en el 334 a. de C., Alejandro Magno destruye la ciudad. Él, que ordenara reconstruir el templo de Artemisa en Efeso, muestra ahora su semblante destructor. Y aunque poco después los reyes egipcios conquistarán la Caria y reconstruirán Halicarnaso, ciudad que permanecerá hasta nuestros días (hoy llamada Bodrum), del mausoleo sólo nos quedará la leyenda. Fidias pone manos a la obra representando al dios sentado sobre un trono. La inmensa estatua no puede ser más llamativa a la vista: Fidias emplea la técnica crisoelefantina, consistente en cincelar sobre marfil y añadir por encima oro, representando la carne y las vestiduras del personaje. Y además de todo esto, el trono está adornado por diversas pinturas. Fidias empleará más de un año en llevar a cabo la estatua, lo cual nos da idea de su gran tamaño y de su detalle y calidad. A diferencia de las dos maravillas anteriores, esta va a perdurar durante bastante tiempo: unos mil años, hasta que los terremotos que se producirán en el siglo VI d. de C. destruyan el templo en su mayor parte.
6º El Faro de Alejandría:
Los historiadores griegos y romanos determinaron los siete monumentos más representativos de la antigüedad en una lista de maravillas que ha pasado a la historia. Herodoto fue el primero en mencionar esta idea, hacia el siglo V a.C., y en el incendio de la Biblioteca de Alejandría ardió un volumen que Calímaco de Cyrene dedicó al tema en el siglo III a.C. Sin embargo, nunca llegó a haber más de cinco maravillas de forma simultánea, y es que la enumeración definitiva data de la Edad Media, cuando se recopilaron los recuerdos sobre aquellos monumentos, ya casi todos perdidos. Curiosamente, la mayor parte de estos monumentos tuvieron una vida relativamente corta y fueron presa fácil y reiterada de vándalos, gamberros e invasores. Por ello, al pasar revista a la capacidad del ser humano de crear hermosos lugares, es también obligado reflexionar sobre su aún mayor capacidad para la destrucción irracional. Quedan aún sobre la Tierra muchas maravillas, de la antigüedad y de la modernidad, que no se localizaron en el mundo conocido por los romanos y los griegos o que fueron posteriores a ellos. Cabe preguntarse si queremos que en el futuro se nos recuerde como ahora podemos pensar en aquellos salvajes destructores. La pirámide de Keops, la más antigua de todas, es la única de las legendarias Siete Maravillas que se conserva en la actualidad, y con su magnificencia corrobora la importancia que un monumento debía tener para pertenecer a esta lista. Tan sólo 56 años después de terminado, un terremoto derribó al coloso. Aún después de caído, el coloso siguió atrayendo gente que acudía junto a él para comprobar de cerca sus verdaderas dimensiones. Siguiendo el designio de un oráculo, los habitantes de Rodas dejaron el coloso donde había caído, hasta que novecientos años después fue recuperado por los musulmanes como botín de guerra.
7º El Coloso de Rodas:
Apenas en el tiempo (apenas unos tres años hacia Sin viajar delante, hasta el 277 a. de C.) vamos a presenciar la construcción de la última de las maravillas. Para ello abandonaremos el Asia Menor y nos internaremos en el mar Egeo. Allí, apenas a 18 kilómetros de la costa, encontraremos la más importante de las islas Espóradas: Rodas. Es importante porque su ciudad, del mismo nombre, es la capital del Dodecaneso, archipiélago compuesto por una veintena de islas. La situación geográfica de Rodas es privilegiada para comerciar con Grecia, el Asia Menor e incluso Egipto, y gracias a eso se ha convertido en el centro comercial más importante del Mediterráneo Oriental. Por ello no es extraño que alguna potencia de la época ambicione apoderarse de Rodas e intente tomarla, como Macedonia. Su rey, Demetrio I Poliarcetes, es conocido por su experiencia en el arte militar, sobre todo en los asedios, tanto, que en futuro los militares se referirán a la técnica de asediar fortalezas como "Poliarcética". Demetrio ataca pues, Rodas. Sin embargo, la ciudad resiste los embates de este temible guerrero, quien finalmente se retira. Para celebrar este triunfo, la ciudad decide elevar un monumento memorable a Helios, dios del sol, en el puerto. Dirige las obras Cares de Lindos, discípulo de Lisipo. La estatua va creciendo, primero el armazón de hierro y sobre él las placas de bronce. Finalmente, cuando la estatua se termina mide nada menos que 32 metros de altura. Su fama atraerá a viajeros de todo el mundo antiguo para verlo. Con el Coloso, llegaron a ser cinco las maravillas del mundo que se alzaban sobre la faz de la tierra, número que no fué superado sino que fué decreciendo. Cincuenta y seis años después de su construcción, en el 223 a. de C., un terremoto derribó al Coloso. Los habitantes de Rodas, siguiendo el consejo de un oráculo, decidieron dejar yacer sus restos donde cayeron. Y así fué, durante cerca de novecientos años, hasta que en el 654 d. de C. los musulmanes se apoderaron del bronce como botín en una incursión.La leyenda del Coloso tendió, cómo no, a agrandar sus proporciones. Durante el renacimiento el Coloso fué "descubierto" por los humanistas, al igual que el resto del arte griego, y su magnificencia fué remarcada haciéndose circular que su tamaño era tal que los barcos pasaban entre sus piernas. Pero el Coloso no necesita de mitificación: habrá de pasar la friolera de dos mil años hasta que el hombre realice otra estatua colosal que la supere, lo cual lo dice todo.
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