Está claro que los seres humanos nacemos unos más inteligentes que otros y que el talento, en gran medida, tiene una predisposición genética. Sin embargo, cada vez más se reconoce que la influencia del medio ambiente es fundamental para gatillar esta capacidad. Como señala Alejandra Flores, psicóloga educacional de la Universidad Católica y coordinadora estudiantil del PentaUC, programa destinado a jóvenes de excelencia académica, “una parte es genética, pero la otra es social; esto último es lo que brinda el medio, es decir, nacer en un lugar donde se estimula, donde se respetan los propios intereses o se ofrecen experiencias educativas especiales, es decir, en un lugar donde se valora el talento. En otras palabras, se necesita que la familia le haga un trampolín a los genes, porque los genes necesitan una oportunidad. Solos no funcionan”.
La psicóloga infanto-juvenil Oriana Valverde coincide. “Si un niño no viene dotado genéticamente, nunca va a ser superdotado. Si además existe un medio ambiente que lo potencie, este talento se va a manifestar, de lo contrario es posible que no exprese sus capacidades”.
Las diferencias
En algunos países, términos como superdotado, genio, prodigio y talento se usan como sinónimos. En Chile, por lo general, se hacen algunas diferencias. En el PentaUC, por ejemplo, prefieren hablar de ‘talentos académicos,’ porque lo consideran un concepto más amplio que el de superdotado. “Para nosotros, un niño con talento académico es aquel que tiene habilidades académicas superiores al promedio. Estamos hablando de un 10% de la población. En cambio, los superdotados son mucho más excepcionales, alrededor de un 2%. Por eso es que nunca decimos que trabajamos con niños genio”.
Para Oriana Valverde, cuando se habla de superdotados, se alude a “ese 2% de la población con un potencial muy por encima de su edad”. Pero dependiendo de la corriente teórica, explica, algunos amplían esa cifra hasta un 20%, para referirse a niños muy inteligentes. En términos de coeficiente intelectual (CI), los superdotados son aquellos que obtienen una puntuación sobre 130. Sin embargo, hoy en día el CI no es el único parámetro para medir la inteligencia. Factores como la creatividad, la motivación y personalidad también son considerados.
Inteligencia superior
Los especialistas afirman que es muy importante detectar tempranamente las altas capacidades intelectuales de un niño. Sin embargo, hacerlo no es tarea fácil, y menos para los padres. “Es un tema complicado, porque hay muchos niños que presentan señales de talento. Culturalmente hemos aprendido que si caminó antes o si habla harto va a ser más inteligente, pero no es necesariamente así. Todos los niños tienen un desarrollo asincrónico, es decir, se adelantan en algunas áreas y en otras no y eso es normal”, precisa Alejandra Flores.
Por eso, dice, hay que ser cuidadosos con el tema de las ‘señales’. “En los adultos, el talento se define como ‘altos desempeños’, pero a los niños no se les puedes pedir eso, solamente se puede observar si tienen el potencial para lograr altos desempeños. Entonces, detectar estas señales tempranas de talento -como que el niño hable harto o empiece a escribir y a leer antes- no garantizan que vaya a convertirse en talentoso o que llegue a tener altos desempeños en el futuro”.
De ahí la importancia del estímulo de las capacidades infantiles. “Talento son esas habilidades que hay que potenciar, porque si no, se pierden. Es como un músculo que hay que ejercitar”.
De todas formas, cree que sí es posible advertir ciertas señales, que -como se dijo- no implican necesariamente altas capacidades a futuro. “Algunas de ellas tienen que ver con el lenguaje, con esa capacidad de hacerse preguntas, más que nada hay que detectar la motivación por aprender. Es ese niño que sorprende con sus preguntas, al que se le dijo una cosa hace un mes y todavía se acuerda o hace relaciones solo, sin que se las digan, tiene una excelente memoria, aprende rápido en comparación con sus pares. A veces los confunden con niños hiperactivos, porque se aburren en clases, es el caso de preescolares que ya saben leer y en el jardín los tienen recortando figuritas de colores”.
Esta psicóloga también estima que es un asunto complejo, por eso recomienda que, en caso de duda, sea un profesional con formación en el área quien realice un diagnóstico, por ejemplo, un psicopedagogo o un psicólogo. Para la evaluación del potencial cognitivo, dice, hay que esperar hasta después de los cuatro o cinco años. Antes, sólo se puede evaluar en el desarrollo psicomotor.
Existen preguntas clásicas que los especialistas formulan a los padres para orientarse:
¿A qué edad caminó el niño?
¿Cuándo controló esfínteres (de día y noche)?
¿Cuándo dijo sus primeras palabras?
Oriana Valverde recalca que un hecho por sí solo no es signo automático de inteligencia extraordinaria. “Es una sumatoria de conductas que deben mantenerse en el tiempo”, precisa.
Otras características relevantes, señala, es que estos niños tienen excelente memoria y atención, pensamiento rápido, interés por conocer cosas nuevas y la capacidad de hacerse preguntas existenciales.
Expectativas versus realidad
Esta especialista asegura que es común que los padres lleguen a su consulta con la esperanza -más que con la sospecha- de que sus hijos sean superdotados. “Algunos me dicen que su niño habló súper precozmente, pero cuando les pregunto a qué edad y qué dijeron, me responden ‘a los dos años. Y dijo nana’. Ese dato no es significativo para hacer un perfil de esta envergadura”, sostiene.
Además, explica, algunos pequeños se adelantan porque tienen elementos a su favor, por ejemplo, ser el menor entre varios hermanos y recibir mucha estimulación de los adultos. Pero eso no los hace necesariamente niños-genio. Precocidad no es sinónimo de superdotación, recalca.
“A veces me da pena, porque los papás están tan ansiosos de tener un hijo con estas características, porque al parecer socialmente tienen más aceptación”. Cuenta que cuando los pequeños no corresponden a lo esperado, “yo le bajo el perfil al asunto y los papás se dan cuenta que están sobredimensionando el potencial”.
A su juicio, esta tendencia se ve alimentada por varias circunstancias. En primer lugar, porque “somos la primera generación de padres que nos hemos dado cuenta del impacto de nuestra crianza en los hijos”. También ha ayudado el tema de los Niños Índigo. Pareciera que hoy en día todos quieren un hijo con estas características. La competitividad, el afán elitista y existista de los adultos también inciden en este sentido, piensa esta psicóloga. “Se trata de papás muy competitivos, que quieren hijos perfectos”.
Si los padres piensan que su hijo tiene un talento intelectual sobresaliente, la profesional recomienda en primer lugar hacerles una evaluación psicológica competente. Si se comprueban estas capacidades, sugiere tener ciertas consideraciones: “no tratarlos como niños especiales ni exigirles más de la cuenta; sino que ayudarlos a sentirse integrados, respetar sus ilusiones, preocupaciones y visión de mundo; favorecer su potencial cognitivo, sin descuidar su parte afectiva; darles más desafíos para que no se aburran, optimizar el potencial a través de intervenciones educativas especiales y fomentar instancias sociales”.
Por su parte, Alejandra Flores llama a preocuparse por aquellos alumnos que demuestran mayor interés por aprender, tanto de parte de los padres como de los colegios. “Los talentos académicos no reciben atención en las escuelas, porque existe la idea de que se las van a arreglar solos, que como son inteligentes no necesitan nada, y eso no es real”, afirma.
Estimularlos nunca está demás
Sean o no niños de inteligencia sobresaliente, siempre es bueno estimular sus capacidades. “Desde que nacen, los niños son un ser curioso; quieren conocer el mundo, descubrir cosas, se hacen preguntas, pero en general cuando entramos al sistema escolar, nos enseñan que no hay que hacer tantas preguntas, que hay que hacer lo que el profesor quiere, responder las preguntas que él hace y no las que nosotros tenemos y vamos perdiendo esa curiosidad natural. Una manera de preservar ese talento es rescatar esa curiosidad natural y fomentarla”.
Y para ello recomienda proveer siempre de experiencias desafiantes a los hijos, por ejemplo, pedirles la opinión, plantearles preguntas. “Los niños necesitan que se les planteen desafíos, esa es la clave”, asegura.
A su vez, es importante llevarlos a distintos lugares -cines, museos, bibliotecas- y tener libros en casa, para que el niño explore y descubra qué es lo que le gusta. Pero tampoco hay que sobreexigirlos, “porque el niño entiende que lo quieren por lo inteligente que es o por lo que hace. Ellos deben saber que el amor de los papás no depende de cómo les vaya en el colegio”. Cuando el niño lo empieza a pasar mal y lo vé como una obligación, ya es tiempo de parar.
Los papás también deben velar porque en los colegios se respete la diversidad. “Así como tienen cursos para los niños a los que les va mal, que también empiecen a implementar alternativas para niños que quieren y necesitan desafíos”.
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