miércoles, 26 de enero de 2011

El temor a las vacunas tiene una historia larga y persistente

Desde que surgieron, las vacunas han tenido oponentes empecinados que están convencidos de que hacen más daño que bien.

Este tipo de "fobia a las vacunas" tal vez nunca se ha expresado con mayor vehemencia que contra la vacuna infantil estándar para el sarampión, las paperas y la rubéola (SPR), que muchos insisten tiene que ver con el autismo.

Incluso después de que la revista The Lancet publicara el año pasado una retracción del controvertido estudio que propuso dicha relación por primera vez, y acusaciones posteriores de fraude contra el autor principal, el 18 por ciento de los estadounidenses entrevistados para una encuesta reciente de Harris Interactive/HealthDay afirmó que creía que la vacuna SPR podía causar autismo.

¿A qué se debe que las vacunas atraigan sospechas y miedo, a pesar de las pruebas científicas de que las campañas de inmunización han ayudado a millones de personas de todo el mundo a vivir vidas más largas y saludables? De lo que no cabe duda es que la tendencia no es algo nuevo.

Según un artículo reciente publicado por la New England Journal of Medicine, el miedo a las vacunas ha existido desde que Edward Jenner administrara su primera vacuna contra la viruela en 1796. Sin embargo, el escepticismo aflojó a mediados del siglo XX, mientras las primeras campañas de vacunación a gran escala vencían antiguos asesinos como la difteria, el tétanos, la polio y el sarampión.

Pero a principios del siglo XXI, el temor a las vacunas ha surgido de nuevo. Un estudio publicado en la edición de marzo de 2010 de Pediatrics encontró que aunque el noventa por ciento de los padres encuestados pensaban que las vacunas ofrecían buena protección a sus hijos, casi el doce por ciento había rehusado al menos una vacuna para su hijo.

Los expertos señalan que esos temores conllevan un costo real en salud pública. Los declives en las tasas de vacunación se han relacionado con brotes recientes en EE. UU. de sarampión y tos ferina, enfermedades potencialmente letales que cuentan con vacunas para su prevención.

Los médicos han observado esa tendencia incluso entre pacientes adultos.

"Cada vez me frustro más con los esfuerzos por vacunar a la gente en mi clínica y cómo mis intentos de convencerlos, que son formidables, no funcionan", apuntó el Dr. Len Horovitz, neumólogo del Hospital Lenox Hill de la ciudad de Nueva York.

"Las vacunas están rodeadas de mitología", dijo Horovitz. No siempre es lógico, y algunos pacientes se rehúsan "a meterse algo foráneo [como una vacuna] al cuerpo", mientras fuman alegremente, añadió.

Y las vacunas parecen ser particularmente tendientes a la sospecha. Pocas personas sospechan que otras terapias comunes, como los jarabes para la tos o los antibióticos, causen autismo u otras enfermedades en los niños. Entonces, ¿a qué se debe esa sospecha inextinguible, a pesar de tantos datos científicos sólidos que sugieren que las vacunas son seguras y además salvan vidas?

Según los expertos, un motivo podría ser que las campañas de vacunación se han convertido en víctimas de su propio éxito.

"Ya no vemos esas enfermedades [infecciosas]", señaló el Dr. Paul Offit, jefe de enfermedades infecciosas y director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital Pediátrico de Filadelfia. "Para mis padres y para mí, las vacunas eran una opción fácil. Tuve sarampión, paperas y varicela. Afortunadamente, no sufrí de polio, aunque podría haberme sucedido".

En generaciones anteriores, los beneficios abrumadores de las vacunas eran fáciles de ver, a medida que el número de niños que morían o quedaban discapacitados por las enfermedades infecciosas se reducía.

"En realidad hubo un incidente en los 50 en que la vacuna podría haber causado polio [en casos raros]", anotó el Dr. Max Wiznitzer, neurólogo pediátrico del Hospital Rainbow de Bebés y Niños, del Centro Médico Case de los Hospitales Universitarios, en Cleveland. "¿Cree usted que a la gente le importó? Tenían tanto miedo al polio que seguían acudiendo [a vacunarse]".

"Hoy, eso no sucedería", continuó. "Ya no vemos infecciones naturales, por tanto tenemos una visión sesgada de los beneficios y los riesgos".

El miedo también parece haber sido impulsado por una programación de vacunas cada vez más amplia y complicada para los niños pequeños. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU. recomiendan actualmente once vacunas en dosis múltiples en los primeros seis años de vida.

Todo eso puede fomentar los instintos protectores naturales de los padres por sus hijos, comentó Wiznitzer. "Las familias siempre se preocupan por la salud de sus hijos, así que si surge una afirmación de que las vacunas podrían afectar esa salud, se preocupan".

En la mente de muchos padres, más vacunas implican mayor potencial de que suceda algo malo, y esa preocupación supera los beneficios más amplios de las vacunas.

Algo que podría estar en el centro de todo es el simple hecho de que la gente le tiene miedo a las agujas que penetran sus cuerpos o los de sus hijos.

A diferencia, por ejemplo, de las pastillas, "las inyecciones se consideran invasivas. Se trata de un acto agresivo", explicó Offit, que acaba de escribir un libro titulado Deadly Choices: How the Anti-Vaccine Movement Threatens Us All (Opciones letales: cómo el movimiento contra las vacunas nos amenaza a todos). "El niño es tomado contra su voluntad, se le apoya contra una mesa o su mamá lo sostiene. Puede doler y los niños se ponen hasta 26 vacunas en los primeros seis años de vida. La gente no entiende qué hay en ese frasco. [Para ellos], es simplemente algún tipo de agente biológico".

Barbara Loe Fisher es cofundadora y presidenta del Centro Nacional de Información sobre las Vacunas, que respalda más investigación sobre la seguridad de las vacunas. En una entrevista para el artículo sobre la encuesta de Harris Interactive/HealthDay, dijo que el autismo es apenas una de las inquietudes relacionadas con las vacunas.

"Los padres tienen preguntas legítimas sobre los riesgos de las vacunas y desean una ciencia más sólida al respecto para definir los riesgos para sus hijos", apuntó Fisher. "Este temor es mucho más antiguo que el debate sobre vacunas y autismo".

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